martes, 21 de septiembre de 2010

Soñadores, hacedores y bailarines: un precioso texto que me ha llegado

Tres roles: Dreamers, Doers and Dancers

(Dreamer; soñador. Doer; hacedor. Dancer; bailarín).

Por Ulises


De siempre he querido ser un Dancer, he sido más un Dreamer y estoy aprendiendo a ser un Doer. Me gusta que estas tres cualidades estén presentes en mi ser, que sean capaces de coexistir, a veces en tiempos diferentes, a veces inexplicablemente en el mismo tiempo. Procuro que mi hacer se ajuste a una visión compartida de un mundo sostenible y en paz, basada en el cuidado de las personas y el cuidado de la Tierra, sin olvidar que toda visión no es más que un aspecto de la realidad y que la armonía que busco no será nunca una imposición sino la expresión de una danza con múltiples actores. Y hablando de danzas, procuro que la música y la danza no falten en mi vida.

Siempre he querido ser un Dancer, bailar con la vida, dejar que mi cuerpo fluya con las cosas, sin resistencia, sin miedos, sin propósitos. Un Dancer es un poeta vital, alguien que tal vez no utiliza las palabras para fijar en papel el ritmo y la cadencia de sus experiencias, pero que no por ello deja de sentir profundamente ese ritmo, ese latir de la tierra, del alma humana y del universo entero. Un Dancer es un ser ligero, una caminante con hatillo pequeño, una cultivadora del desapego. Recorre los caminos saboreándolo todo, disfrutando de cualquier incidente, mientras se entrega apasionadamente al momento mágico que supone todo encuentro. Vive el instante con intensidad, con entrega, pero sin crear lazos con los recuerdos pasados. Disfruta de todo lo que encuentra, lo más insignificante se convierte en sus manos en lo más noble y sagrado, se vuelca en lo que hace y, cuando cree terminada su tarea, simplemente se va. No acepta compromisos impuestos desde afuera ni cree en complicidades ni traiciones. No tiene más morada que el propio mundo, su tarjeta de presentación es una sonrisa, su despedida un hasta siempre, su estar un dar sin esperar. Al Dancer evidentemente le gusta bailar, le gustan las fiestas, los ritos y las celebraciones.

También vibra con ritmos que pasan desapercibidos, más sutiles, más profundos, en el trabajo bien hecho que se expresa como arte, en el sentir compartido con almas gemelas, en la alegría que irradia a través de su cuerpo. Un Dancer es un loco, una vagabunda, una caminante, un poeta…

Y sin embargo, de alguna manera mi vida ha estado marcada por el Dreamer, desde que de chico me rebelaba contra todas las injusticias y soñaba un mundo de seres libres e iguales, desde que de chico quería saberlo todo, conocer los misterios del universo, encontrar relaciones y estructuras ocultas tras la apariencia inmediata de las cosas. ¡Cuántas veces habré soñado con encontrar una teoría que lo explicara todo, el universo, la vida, la mente, la sociedad…!

¡Cuántas veces, también, habré soñado con un mundo perfecto, donde no hubiera guerras, ni miseria, ni injusticia! Un Dreamer es una visionaria, una profeta, un ser que se anticipa a los tiempos para traernos la buena nueva de un futuro por hacer. Sus visiones no nacen de la nada, sino de un profundo conocimiento del presente y del pasado. Un Dreamer lee el presente a muchos niveles, y de todos ellos extrae una información valiosa. Conoce los secretos de la ciencia, de la política, de la religión, encuentra claves en las relaciones humanas, en la naturaleza, en lo más profundo de su ser. El Dreamer acoge con interés lo aparente, la lectura primera que la gente hace de las cosas, pero sabe que en otros niveles intervienen otros factores, surgen nuevas razones, se establecen otro tipo de conexiones. Su mente, su cuerpo, su ser están entrenados para leer la realidad no visible, para resonar con las subterráneas corrientes del flujo vital, para entrever escenarios posibles para un futuro que le viene fácilmente dado. Un Dreamer es una visionaria, un revolucionario, una pensadora, un místico…

Mi presente pertenece, no obstante, al Doer, aunque sólo sea porque en esta fase de mi vida estoy construyendo una casa, de igual manera que construyo redes y relaciones. El Doer tiene sin duda los pies en la tierra, le gusta lo visible, lo que se puede tocar con las manos, aunque me atrevería a decir que vive su hacer con la satisfacción de quien guarda para sí un secreto. En su fuero interno sabe que todo material es ya la expresión de un milagro, la perfecta forma acabada de una red de relaciones que se mantiene invisible tras la apariencia inmediata, y sabe que todo material contiene en sí todas las formas posibles, y que basta aprender a verlas para que, en sus manos, la materia se transforme en finalidad, armonía y belleza.

En el fondo, el Doer vive, a veces sin saberlo, en ese espacio intermedio entre lo real y lo irreal, entre la nada y lo existente, y se mueve de un mundo a otro con una facilidad pasmosa. Donde no había nada, el Doer construye un universo; donde sólo se aprecia fragmentación, el Doer crea unidad y sentido. De hecho, la realidad es para el Doer un campo de juego en el que nuevas formas se crean y se transforman sin cesar en busca de una identidad, en busca del bien o de la manifestación externa de la belleza. El Doer transforma el trigo en harina y la harina en pan, de la misma manera que modela el barro para revelarnos formas impensables, o resuena con los afectos que mueven las gentes para, extrayendo lo mejor de cada cual, hacer manifiesta una visión. El Doer es un hacedor, una artesana, un activista, una constructora de nuevas realidades…

Hasta ahora nunca me había sentido muy identificado con el Doer, aunque al final he asumido el papel por responsabilidad —¡Algo habrá que hacer para cambiar el mundo!—. Y tengo que reconocer que la experiencia del hacer está siendo positiva y muy enriquecedora para mi. También me ha quedado claro que Doer y Dreamer se necesitan y que para hacer algo que finalmente revele armonía, sentido, unidad y belleza, se necesita contar con una visión integradora, transformadora y holística. De lo contrario el hacer se cosifica, se convierte en rutina y trabajo, cuando no en explotación de la naturaleza y del propio ser humano. De igual manera, el visionario, el pensador y el místico necesitan comprometerse con su visión, trabajar en su realización, establecer conexiones que permitan su manifestación externa y visible. De lo contrario la visión, por muy maravillosa que sea, no deja de ser un sueño, una fantasía, una puerta abierta que nadie cruzó jamás, un paraíso ausente…

En todos los grupos existen Dreamers y Doers. Se necesitan y, aunque a veces no se entienden bien —una mirando permanentemente al futuro, la otra arraigada en las cosas del presente—, se toleran porque saben no llegarán muy lejos sin la otra.

Pero, ¿y el Dancer? ¿Qué puede aportar a la visión del Dreamer, o a su manifestación en manos del Doer, esa persona que parece andar siempre despistada, que se embelesa con cualquier cosa, siempre lista para divagar y dejarse arrastrar por una simple conversación, unas palmas o una musiquita, que no entiende de compromisos y tan pronto está como no está, que propone cosas aparentemente sin sentido y que tantas veces parece provocar con su sola presencia algún conflicto? ¿Necesitamos Dancers en nuestros grupos?

Un Doer abandonado a sí mismo convierte su hacer en finalidad, hacer por hacer con el que demuestra su poder, su capacidad para transformarlo todo, para crear lo imposible. No le importa si su hacer responde a una necesidad, una visión transformadora del ser humano, o si es respetuoso y coherente con una naturaleza de la que se nutre, o si sirve para engrandecerla y crear belleza. Hacer porque sí, porque se puede hacer, éste es el rol dominante en nuestra tecnocosificada sociedad. Un Doer abandonado a sí mismo se convierte en un tecnócrata. Por otra parte, un Dreamer abandonado a sí mismo corre el peligro de confundir su visión con la propia realidad, modificando esta última si es preciso para ajustarla a su idea, eliminando todo aquello que no encaja o que molesta. No le importa si su visión es excluyente y deja otras personas fuera, no le importa destruir, eliminar, reprimir todo aquello que se aparta de su idea. La visión se convierte en algo más poderoso que la propia persona, la desborda y la utiliza. Un Dreamer abandonado a sí mismo es un fundamentalista y, si tiene poder, se convertirá seguramente en un dictador.

El Dancer observa alegremente la obra del Doer y exclama: ¡Genial! ¿cómo lo has hecho? Y tras escuchar pacientemente las explicaciones del Doer, vuelve a preguntar: Y ¿para qué sirve? Si tras varias preguntas de este tipo, no desquicia completamente al Doer, el Dancer inocentemente añadirá: Una vez me encontré una persona, un libro, un animal, una planta o una piedra, que hacía exactamente lo mismo y era tan bonita… Y se irá. Más tarde, cuando el Dreamer le cuente su visión, el Dancer la escuchará con interés para finalmente exclamar: ¡Genial! ¿cómo has llegado hasta ahí? Y cuando el Dreamer termine sus explicaciones, el Dancer inocentemente añadirá: Una vez conocí una gente con una visión parecida, pasó hace mil años, lo leí en un libro, o son gentes de ahora mismo que me encontré en los límites del mundo, aunque utilizaban palabras diferentes a las tuyas y también había algunas diferencias en otros detalles. La gente parecía tan contenta con su visión… Y tras dejar al Dreamer un tanto atónito con sus comentarios, tranquilamente se irá.

De siempre he querido ser un Dancer, he sido más un Dreamer y estoy aprendiendo a ser un Doer. Me gusta que estas tres cualidades estén presentes en mi ser, que sean capaces de coexistir, a veces en tiempos diferentes, a veces inexplicablemente en el mismo tiempo. Procuro que mi hacer se ajuste a una visión compartida de un mundo sostenible y en paz, basada en el cuidado de las personas y el cuidado de la Tierra, sin olvidar que toda visión no es más que un aspecto de la realidad y que la armonía que busco no será nunca una imposición sino la expresión de una danza con múltiples actores. Y hablando de danzas, procuro que la música y la danza no falten en mi vida.